Podemos afirmar que las subidas de sueldo netas de inflación son las más intensas desde que comenzó la crisis, una situación que ocurre en España, Europa y en Estados Unidos
A fecha de hoy, conocemos que los sueldos en España suben un 2,2%, en Europa cerca de un 2,7%, y en EEUU un 2,9%. Si tenemos en cuenta que la inflación subyacente (aislada de los vaivenes del petróleo y ciertos alimentos) española y europea se sitúa cerca de un 1% y la de EEUU en el 1,6%, entonces podemos afirmar que las subidas de sueldo netas de inflación son las más intensas desde que comenzó la crisis.
A la hora de analizar las causas, conviene entender los factores más estructurales que han afectado a los sueldos desde hace décadas. Si en la década de los cincuenta y de los sesenta los sueldos netos de inflación aumentaban con fuerza, se debía a que el poder negociador del empleado era elevado, y, como consecuencia, los importantes aumentos de productividad que se generaron esos 20 años se pasaron casi íntegramente al trabajador, que observó una aceleración en su prosperidad que además supuso cierta convergencia de rentas, con reducciones de la desigualdad.
Desde la década de los setenta, se experimentaron una serie de factores que alteraron esta relación de fuerzas. La más importante fue la introducción de robots como alternativa al trabajo humano, especialmente en el sector fabril, que entonces representaba un tercio del PIB. Este fenómeno produjo la desaparición de muchos puestos de trabajo industriales bien remunerados, y, en consecuencia, un menor poder negociador del empleado frente a su empleador. En este contexto, las subidas de productividad, menos intensas que en las décadas anteriores, pasaron casi íntegramente a la empresa, lo que provocó que los márgenes netos de las empresas se duplicaran en los últimos 40 años. Los sueldos reales (netos de inflación) siguieron subiendo, pero a un ritmo muy inferior comparado con las décadas precedentes. Se vivía mejor que la generación anterior, pero el ritmo de mejora era mucho más reducido.
Además, la incorporación progresiva de la mujer a la población activa, así como el desarrollo de la cuarta revolución industrial (que provocaba mayores necesidades de trabajadores con ciertos conocimientos y menor necesidad de trabajadores con otros conocimientos), hizo aumentar la dispersión de salarios, y así se gesta un punto de reversión que explica parte de los motivos estructurales del aumento de la desigualdad que hoy tanto nos preocupa.
La introducción de muchas economías emergentes, especialmente China, en los últimos 20 años hizo competir a muchos trabajadores occidentales con trabajadores emergentes con un coste mucho más reducido, lo que acentuó la pérdida de poder negociador de los trabajadores occidentales (ante la amenaza de la deslocalización de centros de producción). Esta situación se agravó tras la crisis de 2008, que incidió especialmente en colectivos más vulnerables con subidas intensas de desempleo y reducción de salarios reales, especialmente en economías como la española.
Poco a poco, la situación comienza a revertir, aunque será un proceso muy lento.
Por un lado, la tasa de desempleo de los países de la OCDE se sitúa en los niveles más bajos de las últimas décadas. Menores tasas de desempleo en general se asocian a mayor poder negociador de los trabajadores. Menos que en el pasado, pero en general son mejores condiciones que las de hace unos años, cuando el desempleo o el subempleo alto mermaban la capacidad de los trabajadores de negociar sus sueldos.
Por otro, la incidencia masiva de robots reemplazando puestos de trabajo parece que ha alcanzado ya su clímax, los puestos que quedan no son tan fáciles de automatizar, especialmente en el sector servicios, que hoy es mucho más importante que en los setenta, lo que también limita este factor (se puede automatizar una fábrica de coches, pero es más difícil una obra de teatro o un bar). Es cierto que la inteligencia artificial provocará la desaparición y la aparición de muchos trabajos en el futuro, pero de momento su incidencia en el mercado laboral a nivel masivo es limitada.
Por último, China lleva, al igual que Occidente, varios años con declives demográficos: entra menos gente en la población activa que la que se jubila. De ahí se deduce que China ha dejado de ser una fuerza deflacionaria, y que en Occidente el declive demográfico, tan malo para muchos temas, sí podría ser bueno para reequilibrar las fuerzas relativas de salarios y productividad. Como ejemplo macabro, la peste negra del siglo XIV, que segó la vida de casi un tercio de la población europea, provocó tanta escasez de trabajadores que generó una subida fortísima de los salarios reales en las décadas subsiguientes.
Por estos factores, opino que las subidas salariales por encima de la inflación continuarán en los años venideros, aunque, como he expuesto, a un ritmo lento. Hoy en día, sabemos que los trabajadores están capturando también las exiguas mejoras de la productividad, e incluso algo más. Las consecuencias de este fenómeno son variadas:
Primero, seguirá impulsando el consumo, como consecuencia de la mejora de rentas reales.
Segundo, caerán los márgenes empresariales, ya que las empresas no pueden absorber este mayor coste vía productividad ni pasándoselo a los consumidores (inflación). Este fenómeno lento, pero inexorable, lleva observándose ya dos años en EEUU, Reino Unido o Alemania, tres economías sin desempleo real. Esta situación, muy poco a poco, hará revertir la desigualdad de ingresos y también la de riqueza.
Tercero, podrán generar riesgo de inflación a medio plazo una vez las empresas perciban que no pueden continuar el proceso de reducción de márgenes. Esto provocará, antes o después, una subida de tipos de interés en el medio plazo.
Y si estas predicciones se cumplen, entonces, parte del alimento del populismo se hará más endeble.