Los EEUU y la zona euro alcanzaron inflaciones máximas del 8% y del 11%, respectivamente, tan solo hace año y medio.
Lenin afirmó: “Todo se reduce a una cuestión: quién controla a quién”. La introducción masiva de inteligencia artificial generativa (IAGen) provocará elevar esta proposición al grado de “qué controla a quién”. Es relevante entender los posibles efectos que esta mutación va a generar en nuestras vidas.
Nos encontramos con una tecnología de uso general (General Purpose Technology), ya que afecta a casi todas las facetas de una economía. En eso coincide con otras que han desempeñado un importante papel transformativo integral en el pasado: piénsese en la rueda, la escritura, la imprenta, la máquina de vapor, la electricidad o internet. Según Eric Brynjolfsson, Profesor de Stanford, una tecnología de uso general se caracteriza por su impacto en muchos sectores de una economía, por su mejora continua y rápida, y por la generación de innovaciones complementarias.
Por otro lado, muchas tecnologías requieren de un número considerable de años para tener efecto a lo largo y ancho de una economía. Es lo que se conoce como “curva de J”: a corto plazo destruye productividad de sectores establecidos, y solo a medio plazo comienza a generar incrementos de productividad agregados. Por ejemplo, la irrupción de la electricidad pudo deprimir la productividad de los fabricantes de velas. Además, existe un decalaje desde que surge una invención hasta que esta se adopta ampliamente en procesos productivos. Considérese el importante retraso (tres o cuatro décadas) que se produjo desde la invención de la máquina de vapor hasta su uso como fuerza motriz de las fábricas. La IAGen resulta diferencial en el sentido de que se implementa de una forma extremadamente veloz; muchas compañías han conseguido obtener incrementos de productividad de doble dígito en tan solo seis meses.
La productividad permite mejorar estándares de vida y también reducir las jornadas laborales; esa es la buena noticia. La mala es que destruye ciertos trabajos. Es cierto que también los crea, pero no sabemos si en los próximos años la diferencia entre destrucción y creación será equivalente. Sin embargo, sí sabemos algo: desaparecerán sobre todo profesiones concretas sujetas a la automatización por IAGen, lo que provocará que sufran una deflación salarial. El motivo es que un aumento del desempleo en una determinada profesión provoca un exceso de mano de obra ante una demanda menguante gracias a las mejoras de productividad; y como en cualquier otro mercado, una mayor oferta ante una menor demanda se traduce en un precio de intercambio más bajo, es decir, menores salarios de los trabajadores afectados.
Veamos varios ejemplos: según un paper publicado hace algo más de un año, la productividad de los programadores podía aumentar un 55% gracias al uso de IAGen, concretamente mediante la aplicación GitHub. Su empleo generalizado puede provocar una menor demanda de programadores, lo que repercutirá en sus remuneraciones. De hecho, cuando se analizan las ofertas de puestos de programación y se comparan los salarios ofertados con los de hace un año, se observa ya deflación salarial. Lo mismo ocurre con otras profesiones seriamente afectadas por la IAGen como la de editores, traductores o escritores free lance. No pensemos que se trata de casos aislados. La investigación académica muestra que unas cuantas profesiones podrían experimentar deflaciones salariales de entre un 2% a un 9% próximamente debido a la IA. Entre ellas: legal, educación, ingeniería, medicina, computación, o servicios de oficina (especialmente los de back office).
Dado que el factor trabajo es el más importante de los determinantes de los costes de una empresa mediana, y que la IAGen es una tecnología de impacto general y de implementación muy rápida, una deflación salarial en muchos sectores de una economía probablemente se traduzca en desinflaciones (no deflaciones) agregadas, es decir, inflaciones sensiblemente inferiores a las actuales, más en el rango del 0% al 2%.
Los EEUU y la zona euro alcanzaron inflaciones máximas del 8% y del 11%, respectivamente, tan solo hace año y medio. Ahora se sitúan cerca del 3%. Al final resultó ser una situación transitoria al estar motivada por factores más o menos coyunturales, atemperados por una desgraciada guerra. Sin embargo, si nos centramos en las variables más estructurales, que son las que nos explica la tecnología, el futuro podría ser muy diferente. Es cierto que la demografía provocará una escasez de mano de obra que puede mitigar esta situación, como bien señaló el economista británico Charles Goodhart. Sin embargo, en muchos periodos de la historia la disrupción tecnológica ha mostrado ser mucho más intensa y rápida en sus efectos que la lenta demografía.
Las implicaciones en cualquier caso serán profundas, pero mixtas. Como dijo Churchill (persona que me parece más admirable que el autor de la frase que encabeza esta columna), “los pesimistas perciben dificultades en las oportunidades; los optimistas, oportunidades en las dificultades”.