Trump heredó una economía en expansión con un ritmo cercano a un 3%, los indicadores más recientes de enero apuntan a que podría estar entrando en crecimiento negativo.
Javier Ayuso publicó en los 80 un libro llamado La América que deja Reagan, analizando el país desde su privilegiada posición como corresponsal en EEUU. Al intentar absorber el cúmulo de informaciones que nos llegan desde Washington desde que Trump fuera elegido, voy esbozando unas ideas sobre la América que puede legar el actual presidente. Me centraré siempre en la parte económica, ya que estoy menos capacitado para opinar sobre otras temáticas.
Primero, las medidas adoptadas hasta la fecha por la presidencia afectan a la calidad de las instituciones estadounidenses, algo que, por desgracia, también genera ecos en nuestra España. Es abundante la literatura que liga la riqueza y prosperidad de las naciones a su calidad institucional. El más reciente premio Nobel de Economía, Daren Acemoglu, fue señalado por el jurado precisamente por sus investigaciones al respecto. En las últimas semanas hemos contemplado cómo un departamento, el DOGE, ha fulminado organismos como USAid o el Consumer Financial Protection Bureau, instituciones votadas por el Congreso de los EEUU. La degradación llega hasta el punto de que ni Senado ni Cámara de Representantes han formulado protesta alguna por estas acciones, a pesar de suponer una violación del poder legislativo por parte del ejecutivo. Como señaló el lunes el Financial Times, los legisladores republicanos han estado ocupados realizando peticiones como añadir la imagen de Trump a la de los presidentes esculpidos en el Monte Rushmore, o incluso plantear que su fecha de nacimiento sea declarada fiesta federal. Así se degeneran las instituciones. En palabras de Acemoglu: “Así fracasan las naciones”. No es de extrañar que este autor escribiera hace poco un relato siniestro sobre el futuro de EEUU, incluso planteando la posibilidad de que, en términos de PIB, se vea superado en la próxima década no por China, sino por Europa…
Segundo, si Trump heredó una economía en expansión con un ritmo cercano a un 3%, los indicadores más recientes de enero apuntan a que podría estar entrando en crecimiento negativo. Obviamente hacen falta más datos para establecer una tendencia, pero todo parece indicar que los anuncios erráticos de políticas, en muchas ocasiones contradictorias, han comenzado a hacer mella entre los consumidores en forma de menor gasto y de una caída reseñable de la confianza. La economía se está frenando.
Tercero, ante una ralentización económica, un banco central podría, en teoría, reaccionar bajando tipos para impulsar la demanda agregada. Para ello, el banco central precisaría de una inflación controlada y de expectativas de inflación de los consumidores también ancladas. Pues bien, los anuncios arancelarios están consiguiendo los resultados opuestos. La inflación subyacente anualizada se sitúa por encima del 3% y según el Conference Board, los consumidores esperan inflaciones a 12 meses del 6%, el nivel más elevado desde 1995 excluyendo la pandemia. Sencillamente la FED no puede bajar tipos en este contexto, máxime cuando la independencia de esta institución está siendo también atacada por el presidente. El riesgo de estanflación sube.
Cuarto, la prosperidad económica de un país no solo reside en el crecimiento, sino en la calidad de dicho crecimiento. Para ello, es esencial reducir los riesgos de inestabilidad financiera, lo que implica llevar a cabo políticas fiscales sensatas, que conduzcan a la estabilidad presupuestaria de medio plazo y a una deuda pública a la baja en proporción al PIB. Pues bien, según el Congressional Budget Office (que aún disfruta de independencia y prestigio), la política fiscal anunciada por Trump llevará al país a afrontar un déficit fiscal cercano al 9% del PIB (el triple que Europa), mientras que la deuda pública, actualmente cerca de su máximo histórico del 108% del PIB de 1945, se encamina a niveles del 130% en la próxima década. En otras palabas, EEUU puede afrontar antes o después una crisis fiscal. Por si fuera poco, se anuncian políticas desregulatorias en sectores clave como la banca, políticas que pueden generar crecimiento a corto plazo, pero que provocan importantes problemas a medio. Así, durante la primera presidencia de Trump se aplicó una desregulación en bancos medianos, y fue precisamente esa política la que provocó la quiebra del Silicon Valley Bank unos años después, quiebra que estuvo cerca de generar una crisis bancaria más generalizada. La última ocurrencia, consistente en crear una “reserva de activos digitales (sic)” para contrarrestar “la política corrupta (sic) anticripto de la anterior administración”, ahondará en dicha inestabilidad financiera.
Quinto, a pesar de aranceles, Trump no tendrá éxito en su obsesión por cerrar el déficit comercial de EEUU, como no lo tuvo durante su primera presidencia. Los norteamericanos consumen más en términos proporcionales que los asiáticos y los europeos, y el ahorro de estos últimos se canaliza hacia el consumo de los EEUU, en parte propiciado por disfrutar este último país de la moneda de reserva y de un mercado de bonos muy líquido. Además, pocas naciones estarán dispuestas a firmar acuerdos comerciales con EEUU a futuro, a la vista del respeto que la Administración Trump ha mostrado hacia tratados como los firmados con México y Canadá.
El almirante romano Plinio se quejaba en la época de Augusto de que las conquistas romanas no habían evitado que el oro acumulado en Roma acabara en la India, principal socio comercial del Imperio, debido al excesivo consumo de productos de lujo por parte de las elites romanas.
Estamos ahí, más de dos milenios después.