Existen algunos paralelismos entre la crisis económica que vivió Japón hace décadas y la que China enfrenta hoy.
Se atribuye al economista Simon Kuznets la frase: “Existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina». Kuznets es muy conocido por haber elaborado en profundidad el concepto de PIB y su medición tras la Gran Depresión de 1929. Aunque se le otorgó el Premio Nobel en 1971, sus décadas de observación de la evolución del PIB en diferentes economías le llevó a expresar estas acusadas diferencias entre los “cuatro tipos” de sistemas económicos.
Dejando aparte a Argentina, el modelo de crecimiento japonés, muy exitoso entre los cincuenta y los setenta, aupado por un sector exportador pujante, adoleció en los ochenta de exceso de inversión, en especial inmobiliaria, lo que gestó una de las mayoras burbujas de la historia. Es famosa la anécdota de que, a finales de los ochenta, el valor del palacio imperial de Tokio, con 1,15 kilómetros cuadrados, era superior que el de todas las casas de California. Tras la explosión de la crisis en 1991, la inversión se hundió, se generó una “recesión de balance” y el sector inmobiliario inundó de créditos fallidos al sistema bancario japonés. A partir de ahí, el país podía hacer dos cosas. La primera era limpiar el sistema bancario, reconociendo los créditos fallidos, inyectando capital en los bancos problemáticos y reemplazando equipos directivos responsables de la errónea política crediticia. La segunda consistía en aplicar el sistema denominado por los anglosajones delay and pray, traducido al español con el castizo “patada p’alante”: seguir reconociendo los créditos dudosos a su valor nominal y rezar para que el ciclo cambiara. Lamentablemente, se optó por la segunda opción, lo que explica el mejorable comportamiento de la economía nipona en los noventa, la “década perdida”. Cuando se decidió cambiar al primer sistema de la limpieza bancaria ya en el siglo XXI, tras la llamada a la acción de Ben Bernanke, el país afrontaba una profunda crisis demográfica (en la primera década del siglo XXI la población activa de Japón se contrajo en cinco millones de personas, lo que supuso una reducción anual del 0,6% y en consecuencia de las horas trabajadas), crisis que está detrás de los escuetos crecimientos de su economía desde entonces.
El extraordinario desarrollo económico chino desde la década de los ochenta, también impulsado por un gran éxito exportador, se tradujo en una inflación de precios de activos: en las principales ciudades de China, las casas subieron un 250% desde 2009 hasta que estalló la burbuja inmobiliaria en 2021. Si a largo plazo las casas suelen tener un valor equivalente a unos nueve años de la renta disponible de una familia, hoy en día las chinas “valen” cerca de 30 veces en ciudades como Pekín. Con un valor total teórico de casi 50 billones de dólares, nos encontramos de nuevo ante una de las mayores burbujas de la historia. La demanda de casas se ha secado con la caída de sus precios, y puede haber hasta 80 millones de casas vacías. La sobreoferta ante una demanda exigua está provocando caída de precios. La caída de los precios de las casas y del suelo finalista genera un problema de balance en el sector promotor, endeudado a su vez al 80% del valor de sus “activos” anticipando otra recesión de balance, recesión que tarde o temprano contagiará a la banca.
Los paralelismos con Japón no se quedan ahí. Si la situación del sector inmobiliario-financiero chino se despejara a finales de esta década (y la duración dependerá de si optan por el sistema 1 o 2 de los descritos más arriba), tendremos que enfocarnos en perspectivas de crecimiento de medio plazo. Esta semana hemos conocido que los bonos a 10 años de China cotizan a la rentabilidad más baja de sus últimos 22 años (2%), y los tipos a 30 años han pasado a cotizar a una rentabilidad inferior a la de sus homólogos japoneses. Los tipos de interés de largo plazo suelen estar directamente relacionados con la percepción que el mercado tiene sobre la capacidad de crecimiento nominal a largo plazo de una economía. El crecimiento nominal a su vez depende de tres factores: inflación esperada, horas trabajadas y productividad por hora trabajada. China actualmente presenta una inflación de un 0,3%, las horas trabajadas caerán a un ritmo de 0,7% desde 2030 debido a la calamitosa natalidad (un niño por mujer) y los incrementos de productividad han remitido posiblemente hasta un crecimiento anual en la horquilla del 1-2%. No es de extrañar que los bonos a 30 coticen al 2%… El problema de generar un bajo crecimiento es hacer frente al pago de la deuda nacional (pública y privada), que en el caso de China excede de tres veces su PIB: uno de los niveles de deuda más elevados del mundo.
La diferencia fundamental entre Japón y China estriba en que el primer país atravesó su crisis con niveles de PIB per cápita cercanos a 30.000 dólares a valor actual. Sin embargo, el PIB per cápita chino alcanza hoy los 12.000. No se vive una crisis de igual forma con tal dispar renta per cápita.
James Joyce escribió en Ulises “los errores son los portales del descubrimiento”. Ojalá que la experiencia japonesa permita a China evitar sus errores.