Todo parece indicar que el crecimiento mundial en el año 2019 va a ser mucho peor de lo esperado. El FMI vaticina un 3,2%, pero esa cifra bien podría quedarse por debajo del 3%
La ‘regla de 72’ es crucial para entender el progreso de nuestras sociedades. Basta con dividir 72 por el crecimiento económico de un país para entender cuántos años necesitamos para que la siguiente generación duplique su nivel de vida frente a la de sus padres (asumiendo poblaciones constantes). Pues bien, todo parece indicar que tan relevante cociente va a empeorarsubstancialmente en 2019.
Aunque el FMI espere que el crecimiento de nuestro mundo en 2019 alcance un 3,2% (medido con el tamaño de cada economía ponderado por poder de compra, si se quiere utilizar tipos de cambio reales, el crecimiento sería aproximadamente un 0,5% inferior, o sea un 2,7%); 3,2% es una cifra algo penosa (el crecimiento medio de los últimos años se ha situado al 3,7%), sin embargo, todo parece indicar que el crecimiento mundial de 2019 no alcanzará el 3%. Se trataría del peor crecimiento desde la crisis.
‘Grosso modo’, el crecimiento económico mundial se ha basado en dos tercios en los países emergentes, un tercio lo representa el crecimiento chino, y el otro tercio el resto de emergentes, destacando especialmente India y el África subsahariana. El último tercio viene representado por países occidentales, sobre todo EEUU y la zona euro. ¿Por qué el crecimiento de 2019 presenta signos alarmantes?
Primero, si China representa un tercio del crecimiento mundial, y a su vez China crece al menor nivel en 30 años, es normal que este importante vector deje de aportar positivamente al crecimiento. A pesar del enorme estímulo fiscal y monetario aplicado los últimos seis meses por las autoridades chinas (cercano a un 5% de PIB), la economía no solo sigue desacelerando, sino que los datos del tercer trimestre indican una acentuación de dicha desaceleración.
Segundo, si el resto del bloque emergente representaba el segundo tercio del crecimiento, las debilidades de los países emergentes hacen peligrar este segundo factor. Así, India se ha desacelerado intensamente hasta un ritmo de un 5% (crecía por encima del 7%), con un consumo renqueante e incipientes problemas bancarios. Los países asiáticos del Asean están sufriendo por la menor demanda china, factor que también provoca muy decepcionantes crecimientos en el África subsahariana y, en cierta medida, en las exportaciones de Iberoamérica. Además, la inestabilidad política está haciendo mella en países como Argentina, Turquía o México.
Tercero, el bloque occidental también está acusando la debilidad. La economía de los EEUU experimenta desaceleración como consecuencia del endurecimiento monetario llevado a cabo por la Fed hasta 2018 y como resultado del fin del impacto de los estímulos fiscales en el crecimiento. A su vez, la economía de la zona euro ha experimentado en 2019 un fuerte frenazo debido a su gran exposición a las exportaciones.
Como trasfondo temático de la debilidad, cabe señalar varios factores.
Primero, la incertidumbre arancelaria ha hecho mella en el comercio mundial, que entró en negativo en junio. Observamos los primeros vestigios de la desglobalización, lo que sin duda impacta en crecimiento.
Segundo, la incertidumbre arancelaria, monetaria y política se traduce en diferimiento de las inversiones. Estas entraron en territorio negativo en EEUU y en la zona euro en el segundo trimestre, y en China han pasado a crecer al menor ritmo en tres décadas. Menos inversión implica menor creación de empleo y por lo tanto menor crecimiento económico.
Tercero, las incertidumbres arriba expuestas, más la crisis de demanda de automóviles, provocan una enorme debilidad en el sector industrial global, del que se puede afirmar que está ya en recesión.
Cuarto, la excesiva dependencia de muchos países del dólar está provocando importantes dificultades para refinanciar deudas en esta divisa. EEUU representa un 10% de las importaciones mundiales y un 15% del PIB mundial, pero el dólar se usa en el 50% de todas las importaciones y en dos terceras partes de las emisiones globales de valores. Por lo tanto, cuando sube el dólar o bien la Fed disminuye el suministro de dólares (reducción de balance), se generan enormes problemas y se gestan condiciones monetarias cada vez más difíciles para poder refinanciar la ingente deuda en dólares. Esto provocará crisis financieras.
Frente a esta situación tan frágil, los bancos centrales disponen de munición muy escasa, y el margen en política fiscal es también limitado. Por eso alarma el crecimiento mundial.