La inflación será combatida, pero no combatida con una fuerza total, porque también hay intereses para que no baje demasiado
La emisión masiva de monedas con cada vez menor contenido en plata por parte del rey de Francia Felipe IV a finales del siglo XIII acarreó una fuerte inflación a principios del siglo XIV. Como en tantas otras épocas la gente más humilde (que en aquella época representaba la inmensa mayoría de la población) sufrió intensamente con la inflación, especialmente con la subida del precio de los alimentos, por lo que una revuelta popular en 1306 forzó al rey a abandonar su palacio en el Louvre para refugiarse en la fortaleza parisina de los templarios. Además, la alta nobleza y el clero también se vieron muy dañados por la inflación: habían prestado dinero de “alta calidad” (alto contenido de plata) que les era devuelto en dinero sin apenas plata: en otras palabras, la inflación también era lesiva para los prestamistas. La situación acabó resolviéndose con el arresto de los mercaderes lombardos, la confiscación de los bienes de los judíos y su ulterior expulsión, y la confiscación de los bienes de los templarios y la abolición de la orden. Con todo, cabe preguntarse ¿se benefició alguien de dicha calamidad? Pues quizás aquél que se había endeudado en “moneda buena” y devolvía los préstamos en “moneda mala” y el rey Felipe IV y el proto Estado francés viene a la cabeza como gran beneficiado. Por eso Dante castigó a este rey al infierno llamándole “el gran falsificador”.
Cuando analizamos el problema actual de la inflación también son evidentes los daños que genera en nuestras sociedades. La inflación merma el poder adquisitivo, especialmente si es más alta que la subida de los salarios (situación actual), algo especialmente lesivo en los hogares más humildes, que apenas disponen de ahorros para hacer frente a esta situación. No es de extrañar que cuando se observan altas inflaciones de alimentos, que pesan en muchos países emergentes más de un tercio de la cesta de consumo, se suelen observar revueltas sociales (no tan distintas de la de 1306). La inflación también daña a muchas empresas que no son capaces de trasladar a sus precios de venta la subida de costes que afrontan bien por el fuerte incremento de precios industriales bien por incrementos de costes laborales (estas tendencias son especialmente acusadas en EEUU). Además, países que han prestado enormes sumas de dinero en épocas de inflación, baja, como China, que ha canalizado unos tres billones de dólares de préstamos a EEUU en diferentes conceptos, verán cómo dicho dinero se devalúa vía la inflación (se devolverá en “moneda mala”), lo que generará una de las pérdidas más importantes de la historia.
Ahora bien ¿alguien sale ganando de esta situación? La respuesta es que sí, tenemos nuevos Felipes IV. Por un lado, los Estados suelen incrementar su recaudación fiscal en épocas de inflación. El motivo principal es que pagamos impuestos después de asignar un mínimo exento, equivalente a una percepción del importe mínimo que necesita un hogar para afrontar sus gastos esenciales. El sentido común nos dicta que dichos mínimos deberían aumentar cuando llega la inflación, pero sin embargo los Estados están tentados de no hacerlo, para así recaudar más sin necesidad de anunciar subidas de impuestos aunque en el fondo se trate del mismo resultado. El caso de España es bastante evidente. Además, como el análisis de la deuda de un Estado se realiza comparando la deuda pública contra el PIB, y este PIB es nominal, eso quiere decir que el tamaño de la economía crece con el crecimiento real del PIB y además con su deflactor, que en una parte muy elevada coincide con la inflación. Así por ejemplo si el PIB de España este año crece un 4% y la inflación-deflactor se sitúa de media en el 6%, el PIB habrá crecido un 10%, por lo que casi con total seguridad la deuda pública sobre PIB habrá bajado. Este es el proceso que EEUU utilizó tras la segunda guerra mundial para pagar la deuda acumulada durante la contienda. Así, la deuda cercana a un 110% de PIB en 1945 bajó hasta el 60% en tan solo diez años, principalmente por el mecanismo aquí descrito.
Hay empresas que también salen beneficiadas, al igual que los prestatarios de la Francia medieval. Son las que han procedido a emitir deuda a tipo fijo a largo plazo. Se benefician por lo tanto de tipos de interés más bajos que el mercado durante un buen periodo de tiempo, periodo en el que sus ingresos y beneficios pueden subir con la inflación, de forma que “deflactan” el valor de la deuda, resultando una ganancia para los accionistas.
Finalmente, también hay particulares que ganan: aquellos que han procedido a financiar sus hipotecas a tipo fijo con plazos largos. Si una persona compró una vivienda el año pasado hipotecándose a 25 años a un tipo fijo del 2%, y asumimos que su sueldo a medio plazo acaba incrementándose con una inflación media del 2%, entonces su sueldo final habrá subido un 50% progresivamente en el tiempo, en tanto que su cuota hipotecaria se mantendrá estable en todo el periodo. También ha deflactado la deuda y por lo tanto ha salido ganando.
Como exponíamos en una columna reciente, las fuerzas que mueven a la inflación son lentas y a veces invisibles. Será combatida, pero no combatida con una fuerza total, porque también hay intereses para que no baje demasiado. Hay actores que se benefician…