Las empresas nacen, crecen y, en muchos casos, enfrentan su declive debido a la pérdida de ventajas competitivas.
Es conocida la broma sobre un consejero delegado que acaba de ser despedido. Al recibir a su sustituto le indica: “Espero que la empresa mejore, no obstante, si no fuera el caso, te he dejado en la caja fuerte tres sobres con tres consejos por si te pueden ser útiles en el caso de que los problemas continúen”. El nuevo ejecutivo se hace cargo de la empresa, pero, lamentablemente, los problemas se mantienen, de forma que pasados unos meses decide abrir el primer sobre. El consejo que en él figura es: “Echa toda la culpa al equipo anterior”. El ejecutivo procede en consonancia a responsabilizar a su antecesor de la mala situación. Con todo, la situación sigue siendo difícil, así que unas semanas después abre un segundo sobre. El consejo en él inscrito es: “Prepara un plan estratégico”. Así pues, ordena preparar un plan para mirar el futuro, olvidar el pasado y reenfocar la empresa. Sin embargo, desgraciadamente la empresa no sale de sus problemas, por lo que decide abrir el tercer y último sobre. En él se puede leer: “Prepara otros tres sobres”.
Se ha escrito profusamente sobre el auge y declive de las civilizaciones, de las familias, de los seres humanos… las empresas evolucionan de una forma parecida. Comienzan en ocasiones fundadas por héroes, muchas desaparecen en una etapa muy temprana, aquellas que se consolidan pueden alcanzar una época de esplendor y, en ese mismo esplendor, se comienzan a gestar los factores de su decadencia, al igual que ocurre con las propias civilizaciones, en gran medida derivado de la menor cohesión de sus empleados y de un menor nivel de innovación.
Una investigación académica reciente ha puesto de manifiesto cómo de las 1513 compañías cotizadas en el Reino Unido en 1948 tan solo un 1% seguía en bolsa setenta años después. Aunque algunas de estas empresas seguían existiendo en forma de firmas no cotizadas o adquiridas, la realidad es que existe una correlación entre un periodo escaso de cotización en bolsa y retornos financieros negativos. De hecho, se ha calculado que el 40% de la caída en número de empresas cotizadas en EEUU se debe a bancarrotas tal y como reseñó el pasado 24 de diciembre la columna Lex, del Financial Times.
Si miramos a la bolsa de los EEUU, el índice Dow Jones se lanzó en 1886 con 12 empresas, entre ellas, General Electric. El índice fue creciendo, pero, según pasaba el tiempo muchas iban saliendo del índice al tiempo que otras innovadoras eran incluidas. La famosa GE se mantuvo en el índice hasta 2018. Para entonces su deuda ya se consideraba high yield (haciendo referencia a un grado de inversión por debajo de BBB-, deuda algo incorrectamente traducida al castellano como “basura”).
Las empresas tienen éxito (cifrado en forma de fuerte crecimiento y rentabilidad superior a su coste de capital) en la medida en que posean ventajas competitivas y logren mantenerlas durante un tiempo, a través de barreras de entrada. Su éxito también genera competidores, que anhelan obtener sus crecimientos orgánicos y sus elevados retornos. Si las ventajas competitivas son exiguas y las barreas de entrada se han difuminado, la empresa exitosa sufrirá en sus carnes el proceso de “destrucción creativa”, según el cual, nuevas empresas con soluciones más exitosas irán provocando poco a poco la decadencia y muerte de la antaño exitosa. Se ha mostrado (por ejemplo, Philippe Aghion, en El poder de la destrucción creativa) cómo, en este proceso de destrucción creativa se genera una gran productividad. Los países que facilitan dicho proceso suelen ser en general mucho más ricos que aquellos que protegen a empresas en decadencia que han entrado en connivencia con el poder político para mantenerse a duras penas. A fecha de hoy se calcula que aproximadamente una de cada cinco empresas es denominadas “zombi” o empresa cuyo beneficio operativo a duras penas les permite pagar los costes financieros. Antes o después desaparecerán a manos de empresas más innovadoras. Aghion expone cómo los países que protegen a las empresas zombies suelen implicar menores niveles de productividad agregados, y por lo tanto menor nivel de renta per capita.
En general, la dimensión de una empresa en ocasiones acaba siendo negativamente proporcional a su capacidad para innovar, y ahí reside parte del proceso de destrucción creativa. El hecho de que hoy en día empresas innovadoras, creadas en las últimas décadas, dominen el panorama bursátil mundial es una clara muestra de este proceso. Posiblemente ellas también acaben sucumbiendo a esta dinámica, de ahí que hayan procedido a realizar intensas adquisiciones de otras más pequeñas cuyos productos pudieran amenazar sus modelos de negocio, generándose un peligroso romance con el oligopolio, otro enemigo de la productividad.
La importante reflexión para un inversor es que presumir que una empresa durará en el medio plazo (hipótesis clave en una valoración) puede ser un error. En el mejor de los casos, antes o después la empresa será mediocre, esto es, crecerá en línea con la economía, y generará un retorno de capital equivalente a su cote de capital. En el peor, desaparecerá.
Muchas empresas intentarán hacer frente a este destino, como el ejecutivo de los tres sobres, pero, como Guro Madhavan afirmó: “La diferencia entre un medicamento y un veneno consiste en la dosis”.