La inteligencia artificial generativa (IAGen) aparece como una alternativa potencial para incrementar la productividad y compensar el declive demográfico, sin depender exclusivamente de mayores flujos migratorios.
Sócrates afirmó que “el conocimiento empieza en el asombro”. Cuando analizamos el futuro de nuestras economías, el conocimiento nos lleva al asombro.
Solo existen dos formas de hacer crecer una economía: productividad por hora trabajada y horas trabajadas. La productividad depende del nivel de inversiones de una economía, y también de si se consigue mayor eficiencia para producir más bienes y servicios con las mismas personas e inversiones. Los crecimientos de la productividad anuales en Occidente han resultado decepcionantes las últimas décadas: cercanos al 1,0% en Europa y al 1,4% en EEUU. A priori, se estima que estos crecimientos mediocres se podrían mantener a futuro.
Las horas, a su vez, dependen esencialmente de cuánta gente joven accede al mercado laboral frente a cuánta gente mayor se jubila, más menos inmigración. El crecimiento de nuestras poblaciones activas, sin tener en cuenta la inmigración, se asoma hacia un escenario tenebroso: el índice de natalidad en la zona euro se acerca a 1,4 niños por mujer y el de EEUU, a 1,7. La tasa de reemplazo se sitúa en 2,1 niños por mujer lo que quiere decir que, de no variar estas cifras (y la natalidad suele variar hacia abajo, no hacia arriba), podemos estar seguros de que durante las siguientes décadas la población activa, excluyendo la inmigración, caerá. Y lo hará, según datos de la ONU, a un ritmo anual de un 0,6% en el caso de Europa y de un 0,3% en EEUU.
Con inmigración, la caída europea se podría reducir a un 0,4% anual, en tanto que la de EEUU podría convertirse en una ganancia de un 0,2% anual según la misma fuente, debido a la mayor intensidad migratoria histórica hacia EEUU que hacia Europa. Este “declive demográfico” no es solo occidental. China podría perder la mitad de su población en lo que queda de siglo (destino parecido al de otras naciones del Lejano Oriente), Latinoamérica presenta tasas de natalidad de 1,8 niños por mujer e incluso la India se sitúa ya en 2 niños, lo que anticipa un declive demográfico a veinte años vista en estas dos importantes bolsas de población.
Si sumamos horas y productividad, se obtiene que el crecimiento tendencial anual de Europa antes de inmigración se acercaría a un mero 0,4% (+1,0% en productividad y -0,6% en población) y el de EEUU, al 1,1%. La pregunta que surge es si será posible afrontar los crecientes gastos sociales (pensiones, sanidad e intereses de deuda) con crecimientos reales tan escasos. Ante esa razonable duda, se ha tolerado la inmigración en mayor o menor medida para paliar el declive de horas trabajadas asociado a la debilidad demográfica. Con inmigración, los crecimientos futuros ascenderían al 0,6% y 1,6%, respectivamente, ampliándose cada vez más la brecha entre ambas economías: el estado más “pobre” de EEUU, Mississippi, presenta una renta per cápita más elevada que la de Alemania. No obstante, la deriva anti inmigratoria entre el votante occidental podría hacer variar estas últimas proyecciones con crecimientos de la inmigración a niveles aún más exiguos, lo que podría agravar el problema de la sostenibilidad del gasto público ante el envejecimiento poblacional.
Ante esta disyuntiva se abre un nuevo elemento: la productividad adicional que puede provocar la diseminación de la inteligencia artificial generativa (IAGen). Se han publicado unos cuantos estudios académicos al respecto, estudios que, de media, arrojan posibles incrementos anuales adicionales de productividad cercanos al 0,9% en EEUU y del 0,6% en Europa. Si se obtuvieran estos resultados, la implicación es que Occidente disfrutaría de un “dividendo extra de crecimiento”, algo que le podría permitir restringir sensiblemente los flujos migratorios legales a futuro.
No obstante, no es realista asumir que los flujos podrían llegar a cero. La mejora de productividad asociada a la IA desembocará a su vez en mayor necesidad de mano de obra, algo que alimentará la inmigración. Además, EEUU y Europa presentan enormes diferencias de renta per cápita con sus vecinos del sur (entre cinco y veinte veces), lo que seguirá fomentando la llegada de extranjeros en busca de mejores oportunidades. Finalmente, el cambio climático exacerbará esta migración precisamente en las geografías más relacionadas: América del Sur y África subsahariana, esta última con tasas de natalidad cercanas a 4,5 niños por mujer.
Santo Tomás replicó a Sócrates afirmando: “el asombro es el deseo para el conocimiento”. El declive demográfico debería asombrarnos para desear el conocimiento sobre sus implicaciones para nuestro futuro. Henry Kissinger mantuvo que “para estar totalmente seguros de algo, debemos saber o todo o nada sobre el tema”. Sabemos hacia dónde se encamina nuestra demografía. No sabemos con certeza el futuro de los flujos migratorios. Tampoco sabemos el impacto final de la IA en el crecimiento. Con todo, el conocimiento parcial que tenemos hasta la fecha nos permite vislumbrar que alterará las pautas de la inmigración futura.
Asombroso conocimiento.