Si bien la globalización debe ajustarse para mejorar, en mi opinión está aquí para quedarse, para bien del mundo. Lo que corresponde ahora es plantear reformas para optimizarla.
Hace unas semanas, el semanario The Economist planteaba esta pregunta, emulando la famosa escena de la película de 1979 La vida de Brian, en la que unos zelotes antirromanos de la época de Jesucristo justificaban sus acciones independentistas. Uno de ellos alentaba al grupo preguntando: «¿Qué han hecho los romanos por nosotros?», pregunta ante la cual otro zelote enumeraba todo lo que los romanos habían aportado a Judea, a saber: el derecho romano, los acueductos, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, los baños públicos, el orden público… A esto el primer activista respondía: «Ya, pero, aparte del derecho romano, los acueductos, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, los baños públicos, el orden público, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?». En realidad, en la película el activista también menciona al vino como invento romano, pero este se consumía en Judea desde mucho antes de la llegada de las legiones como atestiguan el Antiguo Testamento y los restos arqueológicos.
Hoy en día la #globalización ha sido denostada por políticos de amplio espectro y por importantes capas de la población, y demonizada por ciertos medios de comunicación. Creo, con todo, que corresponde hacer el mismo planteamiento que en la película, y analizar qué nos ha aportado.
Primero, la globalización ha permitido abaratar la cesta de bienes que adquirimos, aumentando así nuestra capacidad de compra y, por lo tanto, nuestro estándar de vida. La siguiente tabla permite observar bienes que han sido sometidos a la globalización, como los televisores o los juguetes, y el resultado deflacionario. Sin embargo, servicios menos competitivos han generado importantes inflaciones de precio.
Segundo, como consecuencia de lo anterior, el periodo desinflacionista observado en las últimas décadas nos ha permitido disfrutar de tipos de interés inferiores a los que se hubieran dado de no habernos beneficiado de productos más baratos.
Tercero, la globalización ha permitido a los países en especializarse en lo que son más eficientes, lo que redunda en mejoras de productividad y, por lo tanto, de bienestar.
Cuarto, la globalización ha permitido la mayor erradicación de pobreza extrema de la historia. En 1990 vivían en el mundo unos 1.900 millones de habitantes en pobreza extrema (36% de la población mundial). Hoy quedan menos de 700 (menos del 10%). El hecho de que millones de personas hayan entrado cada año en la clase media ha permitido incrementar la demanda de bienes y servicios de empresas emergentes, y también de empresas occidentales, al haber podido crear trabajo vía exportaciones.
Quinto, la globalización ha permitido a muchos países construir un importante pilar de crecimiento vía demanda externa. Así, España, Alemania o México exportan más de un 40% de su PIB en bienes y servicios, porcentajes que duplican el nivel de China y cuadriplican el de los EEUU.
Sexto, la globalización ha permitido el fuerte ascenso de la inversión directa extranjera en muchos países, fenómeno que suele estar asociado a incrementos de la productividad, incrementos que resultan en mejoras de estándares de vida.
La globalización ha sido criticada como causante de la pérdida de trabajos industriales en Occidente, sin embargo, la mayor parte de la investigación académica concuerda en que el principal factor que explica dicha pérdida de empleo es la robotización, no la globalización.
Es cierto que la globalización debe ajustarse para mejorar. En Occidente, la globalización y sobre todo la revolución tecnológica han generado una importante distribución asimétrica de beneficios entre las elites económicas y los trabajadores. En ciertos países emergentes, la globalización ha podido contribuir a desestabilizar los flujos de capital, al menos hasta 1998. Además, la globalización funciona mejor si un país posee instituciones sólidas. Por último, los bajos tipos de interés han resultado en importante inflación de activos durante las últimas décadas, lo que ha beneficiado a aquellos que son propietarios sobre los que no lo son, especialmente entre los que tienen una vivienda en propiedad y los que no, algo que ha agravado la desigualdad intergeneracional.
A pesar de las alusiones a al covid como «el último clavo en el ataúd de la globalización» las cifras parecen indicar lo contrario. El comercio mundial se ha estabilizado en la zona del 20% del PIB, el doble que hace unas décadas y el cuádruple que a primeros del siglo XX. Así, las plantas norteamericanas deslocalizadas de China se sitúan en otros países del sudeste asiático o bien en México, no en EEUU. Por lo tanto, el fenómeno de acercar centros de producción suele seguir presentando características globalizadoras.
En mi opinión, la globalización está aquí para quedarse, para bien del mundo. Lo que corresponde ahora es plantear reformas para optimizarla.