Graham Allison advierte del riesgo de que el ascenso de China acabe provocando un enfrentamiento armado entre este país y los EEUU para conseguir la hegemonía
Se conoce como la “trampa de Tucídides” el concepto acuñado en 2015 por Graham Allison, que expone cómo, cuando una potencia emerge y amenaza a la potencia establecida, ambas acaban entrando en guerra para lograr la hegemonía. Se utiliza el nombre del insigne historiador ateniense porque el ascenso de Atenas amenazó la supremacía espartana, lo que desembocó en las terribles guerras del Peloponeso. Allison lo ilustra con muchos ejemplos de siglos recientes en los que se fue cumpliendo dicha “trampa”, como puede ser el ascenso del Imperio alemán tras la unificación de 1870, que desafió a la hegemonía británica. Basándose en estos ejemplos, el autor advierte del riesgo de que el ascenso de China acabe provocando un enfrentamiento armado entre este país y los EEUU para conseguir la hegemonía.
Aunque, afortunadamente hasta ahora dicha profecía no se ha cumplido, la hostilidad entre ambas potencias ha alimentado la teoría del “mundo de bloques” por la cual los países se alinearán con alguna de las dos potencias, alineamientos que generarán, en el mejor de los casos, choques geopolíticos similares a los experimentados durante la Guerra Fría. Esta teoría se ha cimentado en los últimos años sobre la guerra comercial, vía aranceles, entre China y los EEUU, así como por la muy relevante “guerra de chips” (semiconductores) agudizada recientemente con otras derivaciones (como la consideración de Tik Tok como un riesgo para la seguridad de EEUU). Por si fuera poco, se debaten posibles conflictos armados en Taiwán, además del alineamiento de potencias en el Pacífico preparándose para un futuro convulso. Por último, Janet Yellen, secretaria del Tesoro de los EEUU, introdujo el concepto de friendshoring, alimentando la tesis de que los flujos de inversión para localizar cadenas de suministros estarán muy orientados por el bloque geopolítico sobre el que cada país pivote, y mucho analista ha advertido de otra formidable tendencia, el insourcing, por el cual volverá a Occidente una gran parte de la actividad fabril externalizada (outsourcing) a países emergentes desde los años 90.
Pues, bien, en mi opinión, la realidad será mucho menos sonada que la que dibujan los alarmantes titulares que exponen los puntos del párrafo anterior.
Veamos por qué:
Primero: aunque China sea ya el principal socio comercial de 150 países del mundo (sobre un total de 196), ello no quiere decir que esas relaciones comerciales provoquen alineamientos geopolíticos. China es el principal socio comercial de Europa y, sin embargo, Europa está alineada con los EEUU. Los valores compartidos y los flujos de capital importan mucho.
Segundo: China y Occidente se necesitan mutuamente en comercio internacional. Los EEUU dependen de China en una parte relevante de actividad fabril, debido a que los salarios del segundo y su logística resultan extremadamente competitivos. China necesita a su vez los mercados de consumo estadounidenses y europeos (los dos más importantes de la Tierra) para alimentar dichas exportaciones. Es relevante el que, en mi opinión, China necesita más a Occidente que al revés. Su economía sufre una serie de debilidades estructurales (punto cuarto), y la forma de paliarlas es a través del sector exterior. Si se resintiera, la renta per cápita de China sufriría mucho más que la occidental (las empresas occidentales podrían relocalizar su cadena de suministros hacia otras zonas del sudeste asiático, lo que generaría dolores de cabeza, pero no una convulsión, convulsión que sí sufriría China mediante la subida de desempleo y caída de salarios asociada a la supuesta estampida fabril). Una fuerte merma del PIB per cápita chino podría provocar un cuestionamiento del régimen político por parte de la población. Además, el número de fábricas que efectivamente ha vuelto a Occidente ha sido hasta ahora irrisorio. Los costes laborales siguen siendo muy dispares.
Tercero: China y los EEUU se necesitan mutuamente en los mercados de capitales. La consecuencia de que China exporte más de lo que importa es que acumula un superávit de cuenta corriente que tiene que canalizar. Los países emergentes no cuentan con mercados lo suficientemente líquidos y profundos para habilitar dicho superávit, como mucho acaparan un 10% del mismo (sobre todo por el programa cada vez más venido a menos One Belt One Road). El resto acaba en la zona dólar, sobre todo en los EEUU y en Canadá. Por eso, es indiferente que China compre petróleo a Rusia en yuanes o en rublos. El producto final acabará en dólares, por lo que mantendrá su estatus como divisa mundial de reserva. Los EEUU a su vez financian parcialmente su déficit de cuenta corriente con el superávit chino. Es una simbiosis a la que nadie le interesa terminar.
Cuarto: El ascenso de China es cada vez más cuestionado. En 2022 China crecerá al nivel más bajo desde la muerte de Mao. A futuro, afronta: i) las consecuencias del estallido de su burbuja inmobiliaria, ii) una sobreinversión en infraestructura financiada con deuda excesiva, iii) una crisis demográfica sin precedentes, y iv) la amenaza que un mayor poder del sector público supondrá en forma de menor productividad. Estos cuatro factores provocarán que se estreche enormemente el diferencial de crecimiento entre los EEUU y China, lo que podría traducirse en que la economía China no llegue a superar a la estadounidense.
Yo no afirmo que un mundo que comercia sea un mundo que no termine en conflicto. Famosos pronósticos en este sentido (en 1910, el libro La Gran Ilusión de Agnell adujo que la interconexión comercial entre el Reino Unido y Alemania evitaría para siempre la guerra entre ambas) fracasaron estrepitosamente. Afirmo que la política exterior refleja intereses más que ideales, y los intereses a fecha de hoy apuntan en contra del conflicto. Los recientes movimientos diplomáticos chinos, cesando a portavoces estridentes y volviendo a tender puentes con Occidente, apuntan en esta dirección.
Durante las guerras del Peloponeso una terrible peste asoló Atenas y mató a casi la mitad de su población (entre otros, murió su líder Pericles y el propio Tucídides casi no la sobrevive), mientras el ejército espartano desolaba los campos que alimentaban la región de Atenas. Al final, la guerra la ganó Esparta, pero las ciudades-Estado griegas quedaron tan debilitadas que acabaron sucumbiendo su tan luchada independencia a la semi bárbara Macedonia de Filipo II y de su hijo Alejandro Magno.
Los intereses, y cierto conocimiento de la Historia, deberían invitar a las potencias mundiales a concluir que es mejor colaborar que chocar.