La tasa de letalidad entre, por ejemplo, afroamericanos y blancos en EEUU es de 2,5 a uno, y en UK, la ratio entre minorías como la bangladesí, paquistaní o india vs. la blanca es de dos a uno
Dicen que la muerte nos hace a todos iguales. También es cierto que las guerras y las revoluciones, con la enorme destrucción de riqueza que generan, también nos hace más iguales. Las pandemias también han operado de una forma similar a medio plazo: la enorme mortandad provocada por alguna hizo subir el precio del trabajo. De hecho, el principio del fin del feudalismo se gestó durante la peste negra. En general, las catástrofes, las guerras y las pandemias nos igualan a peor.
Con todo, al analizar el covid, se desprenden circunstancias muy particulares que lo conforman como una pandemia que se comporta de una forma diferente: mata y hiere con desigualdad, incidiendo especialmente en comunidades con menos recursos.
Hoy en día, la tasa de letalidad entre, por ejemplo, afroamericanos y blancos en EEUU es de 2,5 a uno, y en el Reino Unido, la ratio entre minorías como la bangladesí, la paquistaní, la africana o la india frente a la blanca es de dos a uno, según Publich Health England. Se han señalado diversas causas para esta disparidad, entre otras: i) una mayor incidencia de patologías previas que maximiza la incidencia del covid, tales como la obesidad, la hipertensión o la diabetes, problemas que en ocasiones afectan más a minorías étnicas, especialmente en los EEUU (datos del Economic Policy Institute); ii) una menor presencia de vitamina D en grupos étnicos minoritarios, y iii) una mayor exposición a trabajos con mayor nivel de contacto social.
Además, los trabajos peor pagados son los que generalmente presentan más dificultad para teletrabajar, lo que acentúa las desigualdades y diferencias como consecuencia de la pandemia. Si a estas circunstancias les añadimos la de la temporalidad del trabajo, que convierte a estos trabajadores en más susceptibles de ser despedidos, observamos cómo otro colectivo muy vulnerable, el de los jóvenes, está siendo azotado con intensidad por el desempleo.
Si nos atenemos a los niños, aquellos que estudian en zonas más pobres en general presentan muchas más dificultades para seguir clases ‘online’, de lo que puede resultar un daño a largo plazo. Diversos estudios han mostrado cómo la incidencia de una pandemia en reducir la escolarización acaba provocando menores tasas futuras de actividad y de empleo precisamente en los estudiantes con menos recursos.
Si nos centramos en geografías, el virus está incidiendo ahora mucho más en los países emergentes. De los 10 países con más nuevos casos de covid, nueve son emergentes, en alguno por la inepta y populista actuación de sus dirigentes. La población que vive en ciudades sufre en ocasiones niveles de hacinamiento muy superiores a los que se generan en las ciudades occidentales, lo que facilita su transmisión. Además, se ha observado cómo una parte importante de pacientes requieren de tratamiento hospitalario y sobre todo unidades de cuidados intensivos. Esto depende del gasto per cápita en sanidad.
Muchos países emergentes gastan menos de una cuarta parte que los países OCDE, de lo que resulta que la capacidad de respuesta en UCI será mucho más limitada. Por último, los pacientes críticos precisan de respiradores por el ataque que el covid realiza a ambos pulmones. Así, en España, disponemos de unos 30 ventiladores por 100.000 habitantes, en Alemania, de 90, y en muchos países emergentes, de menos de 10. Por ejemplo, Sierra Leona cuenta con dos respiradores para siete millones de habitantes.
A nivel económico, existen países con recursos limitados y gobiernos no populistas que han gestionado bien la crisis. Sin embargo, sufrirán intensamente junto con otros países emergentes. El motivo es que dependen de ingresos que tardarán mucho en recuperarse: sobre todo turismo, remesas de emigrantes y precios de materias primas. En un contexto en el que muchos países emergentes afrontan enormes vencimientos de deudas en dólares, observaremos cómo aquellos más ‘fuertes’ (los que han acumulado más reservas) evitarán el colapso, en tanto que los más ‘débiles’ tendrán que afrontar convulsiones económicas y financieras históricas.
Existen poderosos imperativos morales para paliar la tragedia que suponen estas reflexiones. Entre otras posibles soluciones, se podría considerar: a) aumentar los recursos de emergencia del banco mundial y el FMI para financiar gasto hospitalario en estos países, b) triplicar el balance del FMI para poder asistir a los países que no tengan suficientes reservas (parece que 100 países de un total de 196 han solicitado ayuda, el FMI tan solo cuenta con 0,8 billones de capacidad marginal de préstamo, y necesita un mínimo de 2,5), c) plantear jubileos de deuda, y si no es posible, moratorias importantes. Y si no convencen los argumentos morales, también existen los egoístas: si no afrontamos entre todos la incidencia del covid en los países emergentes, volverá con más intensidad este otoño a nuestros países.
Kant decía que había dos cosas que siempre le seguían maravillando, “las estrellas sobre el cielo y la ley moral en mí”. Son las que nos deberían inducir a actuar.