Una prensa bien financiada puede realizar su papel, papel que presenta importantes externalidades para todos nosotros: ayudar a mantener una cierta calidad democrática
Se atribuyó, correcta o incorrectamente al magnate de la prensa Hearst el dicho: “Cualquier cosa que un patrón quiera ver publicada es publicidad; cualquier cosa que no quiera ver en el periódico es noticia”. Por ‘patrón’ quizás la prensa de la primera mitad del siglo entendía personas con poder, político o económico, y con capacidad de influir en los contenidos de un periódico. Sin embargo, el periodismo quizás vivió en el siglo XX su ‘edad de oro’, actuando como un genuino cuarto poder que permitía así compensar los abusos de los otros tres. La caída del presidente Nixon por las investigaciones del ‘Washington Post’ es probablemente su mayor gesta.
En mi opinión, la ‘edad de oro’ se basa en parte en condicionantes financieros. Una prensa bien financiada puede realizar su papel, papel que presenta importantes externalidades para todos nosotros: ayudar a mantener una cierta calidad democrática. La financiación estable estriba en varios parámetros. Por un lado, unos ingresos recurrentes vía suscripciones. Esto otorga estabilidad a los ingresos, lo que permite al medio mantener una estructura de costes acorde y por lo tanto poder trabajar con objetivos de medio plazo. Los ingresos vía publicidad son más volátiles y expuestos al ciclo económico. Estos ingresos pueden estar bien diversificados (con ningún anunciante representando más del 1% de los ingresos publicitarios) o no, con pocos anunciantes (de una u otra forma) representando un volumen muy elevado de los ingresos, lo que confiere a estos ‘patrones’ capacidad para influir en la libertad del medio.
Por último, un medio puede financiar su balance mayoritariamente con recursos propios, o bien depender intensamente de la deuda. Si se financia con fondos propios la concentración del accionariado en un editor provocará que las presiones para influir en los contenidos se viertan sobre esa figura (‘patrón’), que, en función de su autonomía financiera, podrá plegarse o no a las presiones. Si, bien como consecuencia de decisiones de expansión mal pergeñadas, o como consecuencia de una crisis que provoca endeudamiento bajo el anhelo de que las cosas mejorarán pronto, la deuda acaba representando un múltiplo relevante del ebitda del medio, entonces el que manda ya no es solo el editor. El financiador (en general banco o bancos) tiene mucho que decir, lo que compromete también la libertad de prensa. Tenemos un nuevo ‘patrón’.
La ‘edad de oro’ tocó a su fin en 2007. Desde entonces se han producido intensos fenómenos que generan enormes sombras sobre el futuro de la prensa libre de calidad. Por un lado, los ingresos publicitarios genéricos se desplomaron con la crisis. Por otro, los ingresos publicitarios ‘clasificados’ (como los anuncios de compraventa de casas) que venían trasvasándose poco a poco desde la prensa hacia los portales verticales (como los inmobiliarios) experimentaron el movimiento final hacia estos últimos, que salieron muy robustecidos a costa de una prensa que no supo ver a tiempo el fenómeno.
Por si fuera poco, la proliferación de las redes sociales y la gratuidad de la prensa ‘online’ provocaron el hundimiento de los ingresos de suscriptores (para aquellos medios que aún disfrutaban de ellos). Los medios que habían financiado con deuda cuestionables expansiones en los años anteriores a la crisis entraron en una enorme angustia financiera y dependencia de la banca para sobrevivir. Los que no, experimentaron tan abultada caída de ingresos que muchos, para evitar recortes masivos, emplearon la deuda como fórmula ‘temporal’, “hasta que las cosas mejoren”, cayendo en la trampa liberticida de los anteriores. Muchos aún siguen en el proceso ‘temporal’.
Por último, la publicidad ‘online’ se concentró en un duopolio (Google, Facebook, con más de dos terceras partes de la tarta total), y el ‘nuevo petróleo’, como se conoce hoy a los datos, solo ha sido capaz de ser explotado por los grandes medios de internet con capacidad de procesamiento de datos mediante inteligencia artificial. Muchos medios medianos, sin tener a los lectores registrados y con menores medios de computación, tenían muy difícil aprovecharse de esta tendencia.
El resultado ha sido desolador en dos campos, en el financiero y en el democrático. En el primero, una buena parte del sector (y hablo a escala mundial) ha quedado muy debilitada en su balance, con gran dependencia de la banca, con escasez de fondos propios y con una cuenta de resultados no sostenible. Todo esto repercute en la capacidad del medio para realizar su papel (menor libertad de prensa), y por lo tanto en la calidad de la democracia.
En el segundo, como dijo Cronkite, “la libertad de prensa no solo es importante para la democracia, es la democracia”. Mala financiación ha devengado en mayor poder de los ‘patrones’ durante la última década, por lo que se ha degradado la calidad de la democracia de forma global (Freedom House, 2019). ¿El resultado? Hemos observado cómo la proliferación de ‘fake news‘ ha generado enormes zozobras en las democracias occidentales y menor capacidad de luchar contra los abusos en muchos países emergentes (han vuelto a intensificarse los asesinatos de periodistas en estos últimos). Las redes sociales permiten y amplifican el fenómeno de las ‘fake news’, en el que ya nadie parece tener capacidad de discernir una noticia verdadera de una falsa (estas últimas se reenvían mucho más que las verdaderas). Todo esto tiene un enorme reflejo político.
La prensa de calidad sí tiene capacidad (no siempre) para discernir lo verdadero de lo falso, pero no queremos pagarla, y de aquellos barros vienen estos lodos. Nos quejamos de cómo una noticia está redactada, pero no queremos pagarla. Nos quejamos de la calidad de nuestras democracias, de la inmediatez de nuestros políticos en sus objetivos, pero tenemos que reconocer que el problema empieza por nosotros mismos. La política es un reflejo de nuestra sociedad. Si queremos cambiarla tenemos que cambiar nosotros, y eso pasa por regenerar medios bien financiados, algo que nos atañe a todos nosotros.
Mediante las ‘fake news’ han desaparecido las diferencias ‘percibidas’ entre ‘tabloides’ (que, aunque siempre han existido, hoy en día proliferan en forma de noticias falsas reenviadas por redes sociales) y la prensa seria. No todo lo que parezca un periódico lo es, y si apreciamos la diferencia tenemos que pagarla. Como dice un amigo, “nadie paga por consumir noticias falsas” (y sin embargo lo está haciendo entregando ‘gratis’ sus datos).
Y si no, recuerden los titulares de la prensa parisina que expuse hace tiempo que recogió Ludwig cuando Napoleón escapó de la isla de Elba para intentar volver a recuperar el trono imperial en París:
-“El demonio se ha escapado de su destierro”.
.“El fantasma corso ha desembarcado en Cannes”.
-“El tigre ha sido visto en Gap. Han sido enviadas a su encuentro tropas que le harán perecer como un miserable aventurero en las montañas”.
-“El monstruo ha podido llegar a Grenoble gracias a la traición”.
-“El tirano ha alcanzado Lyon, donde fue general el horror”.
-“El usurpador ha tenido la audacia de aproximarse a sesenta horas de la capital”.
-“Bonaparte llega a pasos de gigante, pero nunca entrará en París”.
-“Napoleón estará mañana a las puertas de la ciudad”.
-“Su majestad se encuentra en Fontainebleau”.