Debemos distinguir los impactos médicos del Covid-19 de sus implicaciones económicas en China y en el resto del mundo y, por último, los efectos económicos y financieros
El Gobierno chino anunció el lunes que a pesar de la tragedia del Covid-19 (coronavirus), los objetivos de crecimiento económico hasta 2030 se mantenían. Con todo, la ley de Goodhart expone que “cuando una medida se convierte en un objetivo, entonces deja de ser una medida útil”. En mi opinión, tenemos que distinguir los impactos médicos del Covid-19, sus implicaciones económicas en China y en el resto del mundo en el corto plazo, y por último los efectos económicos y financieros de medio y largo plazo.
Son estos últimos los que impactan en la ley de Goodhart.
Si nos atenemos a lo primero, los datos, aunque alarmantes, no son escalofriantes. Por un lado, la tasa de letalidad parece estar acercándose al 2% (y bajando levemente), muy por debajo del 10% del SARS, el 30% del MERS o el 50% del ébola. Por otro, la tasa de reproducción (contagio) parece que gracias a las medidas preventivas está decayendo de tres contagiados por enfermo a dos, lo que compara favorablemente con muchos otros virus, y especialmente con la gripe común. Este es el motivo por el que los incrementos diarios de los contagios se están conteniendo, e incluso bajando en el resto del mundo.
La razón por la que la enfermedad se propagó rápidamente en Hubei durante el mes de diciembre fue precisamente la negación de la evidencia que hicieron los responsables del Partido Comunista local (recientemente destituidos), lo que pudo provocar tasas de contagio de 500 a uno en los hospitales de la provincia. A día de hoy, el 99% de los casos de contagio se da en China, y el 88% en la provincia de Hubei. Si además comparamos los contagiados en Hubei divididos por el tamaño de su población, la tasa de infección es del 0,1%. Por otro lado, cerca de un 15% de los contagiados han sido dados de alta (siete veces más que los fallecidos en porcentaje). Por último, parece que tendremos vacunas en mercado en cuestión de 2-3 meses. Como conclusión, podemos afirmar que el Covid-19, a pesar de su gravedad, no va a provocar una gran epidemia, y el riesgo de difusión internacional es acotado.
Si nos atenemos a las implicaciones económicas de corto plazo, hay que tener en cuenta a) el menor consumo de los hogares chinos asociado a la situación, b) el impacto en el menor nivel de inversión, c) la menor demanda de los 150 millones de turistas chinos que viajan al resto del mundo cada año, que gastan 280.000 millones de dólares, y d) la menor importación china consecuencia de a) y b).
Por otro lado, la menor demanda de materias primas por parte de China ha provocado intensas caídas en importantes materias (petróleo, cobre…), algo que puede ser bueno para países muy importadores (como Turquía) y que sin embargo será negativo para los exportadores (países árabes, África subsahariana, cuenca andina de Iberoamérica o Mongolia, por el carbón). La clave es cuánto durará la situación hasta que se normalice la enfermedad. El SARS duró dos trimestres. De normalizarse el Covid-19 a finales de marzo o principios de abril, y teniendo en cuenta que China representa casi una tercera parte del crecimiento económico mundial, el impacto en el crecimiento del PIB mundial de 2020 podría ser de dos décimas menos de crecimiento, en lugar de crecer al 3,4% lo haremos al 3,2%.
El dato más importante será el del crecimiento chino del primer trimestre, que podría pasar de crecer en interanual el 6,1% a ritmos inferiores al 4,5%, lo que supondría una caída intertrimestral del crecimiento, la primera en décadas. En cualquier caso, como he expuesto más arriba, los efectos son de corto plazo, y los enormes estímulos monetarios y fiscales anunciados por las autoridades chinas deberían acotar el daño y generar un rebote de actividad el segundo trimestre o como muy tarde el tercero.
Sin embargo, mi preocupación estriba más sobre los efectos más estructurales. Como he venido explicando en otras columnas, la situación del mercado inmobiliario chino es muy vulnerable. China ha aumentado su nivel de deuda en 100 puntos de PIB durante los últimos 10 años. Una parte substancial de este incremento se ha producido en el sector corporativo, y el sector inmobiliario chino es uno de los grandes protagonistas detrás de estas voluminosas deudas. El aumento de la deuda privada (empresas más familias) ha provocado que este apalancamiento llegue ya al 210% de PIB, situación muy peligrosa, y estos incrementos de deuda han venido naturalmente asociados con fuertes subidas de precios inmobiliarios, hasta generar en muchas ciudades situaciones de intensa burbuja.
Pues bien, si la situación provocada por el coronavirus redunda en un catalizador que provoque una menor demanda de vivienda por parte de los ciudadanos chinos, entonces nos podríamos encontrar ante el famoso ‘momento Minsky‘ o ‘shock’ exógeno, que provoca un cambio de ciclo en el apetito de endeudamiento, lo que a su vez desata una dinámica bajista muy peligrosa. El ‘momento Minsky’ equivalente para España fue el cierre de dos fondos inmobiliarios de BNP a finales de julio de 2007. Si se produce un ajuste en el mercado inmobiliario chino, entonces se construirán muchas menos casas (en España, la actividad promotora se redujo un 95%), y si se construyen menos casas, se demandarán menos materias primas. China supone entre un 50% y un 60% del crecimiento de la demanda mundial de las principales materias primas, y así se provocará un mecanismo de contagio hacia los productores, muchos de ellos situados en países emergentes que a su vez han abusado de la deuda en los años ‘buenos’. Por último, la tensión que ha provocado la epidemia en las líneas de producción globales (‘supply-chain’) impulsará, en mi opinión, cierta deslocalización de actividad fabril de China hacia otros países. Estos factores pondrán en riesgo los objetivos de crecimiento anunciados y confirmados por el Politburó.
“Todo lo que no se mide no se puede gobernar”. La cuestión ahora es si gobernamos las medidas o bien son las medidas las que nos gobiernan.